Lula va de nuevo por la presidencia de Brasil

   
  • Del infierno de la corrupción a su quinta candidatura
24 de junio de 2006 

Brasilia - Luiz Inácio Lula da Silva casi vio sus barbas arder el año pasado en un infierno de corrupción, pero con un pragmatismo a toda prueba y su campechano carisma se sobrepuso al desastre y ahora aspira a ser reelegido presidente de Brasil.

A mediados del año pasado, cuando las denuncias arreciaban contra el Gobierno y el Partido de los Trabajadores (PT), muchos llegaron a contar los días que faltaban para la destitución del jefe de Estado.

Luiz Inácio Lula da Silva.


Pero Lula se repuso de tal modo del escándalo que descabezó al PT y puso ante la Justicia a sus ex ministros José Dirceu y Antonio Palocci, que hoy es claro favorito para las elecciones del 1 de octubre, con un respaldo de casi el 50 por ciento del electorado.

Este sindicalista de acero, casado con Marisa Leticia Rocco, con quien tiene tres hijos, abrevó en el ideario marxismo y se curtió en las luchas contra la dictadura en los años 70. Sabe de adversidades desde su infancia, en el árido interior de Pernambuco, uno de los estados más pobres del miserable noreste brasileño.

Su vida tiene, de hecho, guión de telenovela.

Nació en 1945, pero ni él mismo sabe si fue el 6, como dicen los registros, o el 27 de octubre, como decía su madre, muerta en 1980.

Su padre, el campesino analfabeta Arístides da Silva, tuvo 22 hijos con dos mujeres: Lindu, la madre de Lula, y Valdomira, prima de la anterior, con la que huyó a Sao Paulo cuando faltaba un mes para que naciera el actual presidente de Brasil.

Todos llegaron a convivir en un cuarto en Sao Paulo, el rico e industrializado estado en el que Lula conoció a su padre a los cinco años y al trabajo a los siete, cuando empezó a vender tapioca, maní y naranjas en un muelle del puerto de Santos.

Fue limpiabotas y acabó la primaria en 1956. Fue el primero de la familia en lograr un título, el de tornero mecánico, que es el único que tiene en su vida.

A los 14 años tuvo su primer empleo como tornero y en 1966 entró al Sindicato de Metalúrgicos de Sao Bernardo, desde cuya presidencia lideró el mayor movimiento obrero de la historia brasileña.

Eran los "años de plomo" de la dictadura y Lula fue detenido por el régimen militar tras encabezar unas memorables huelgas. Mientras estaba en prisión, murió su madre. Su padre, alcoholizado, había muerto años atrás y acabó sepultado como indigente.

En 1980, con la apertura política, Lula se juntó a un centenar de obreros e intelectuales para fundar el PT, una formación nacida bajo el ala del trostkismo y hoy escorada más al centro que a la izquierda.

Fue candidato presidencial del PT en 1990, 1994, 1998 y 2002, año en que llegó al poder con 52 millones de votos y un lema de "paz y amor" muy diferente al radical discurso del desaliñado barbudo que pregonaba socialismo y condenaba a los organismos internacionales.

En sus primeros meses de gobierno llevó a las primeras planas de los diarios la cara más africana de Brasil. Hizo una gira por las regiones más pobres con todo su gabinete, para que sus ministros de "buena cuna" sintieran el olor de la pobreza.

Sin embargo, en lo económico no dudó en seguir un rumbo ortodoxo.

Los críticos de izquierda, dentro y fuera del PT, le tildaron de "neoliberal".

Los ignoró, pero quienes le criticaron desde el interior del PT fueron expulsados sumariamente de la formación con un apoyo claro y explícito de Lula, a quien no le tembló el pulso para poner orden en el partido.

Hasta mediados del año pasado, nadie dudaba de que Lula ganaría una nueva elección si se postulase. Pero se le atravesó el enemigo más inesperado: uno de los mayores escándalos de corrupción que se recuerden en Brasil, centrado en el PT y en muchos de sus más fieles escuderos.

Apareció entonces el Lula más pragmático. Se dijo traicionado, desmarcó al Gobierno del PT paulatinamente para darle ingreso a partidos de centro y derecha y sostuvo que "jamás" fue "un hombre de izquierdas", sino solamente un sindicalista.

Ese pragmatismo y su extraordinaria sintonía con las masas, que le ven como un "hijo del pueblo", que habla su misma lengua y hasta comete los mismos errores de dicción del hombre llano, le alejaron de los escándalos pese a los ataques de una oposición que hizo lo imposible por involucrarle.

Esa conexión con los pobres esta ahora sintetizada en el lema de su campaña: "Lula de nuevo, con la fuerza del pueblo". EFE