Los
estadounidenses sabían de la red terrorista Al Qaeda antes
del 11-S. Sus agentes habían atentado en 1998 contra las
embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania, y en 2000 contra el portaaviones
"USS Cole" en Yemen.
Sin
embargo, los ataques sucedieron lejos, en países que la
mayoría de los estadounidenses no sabían ni dónde
estaban.
El
derrumbe ahora hace cinco años de las Torres Gemelas, en
el corazón financiero del país, en Nueva York, lo
cambió todo.
Fue
un hecho sólo comparable al bombardeo por sorpresa de Pearl
Harbor por parte de Japón. La reacción de EEUU en
1941 fue la declaración de guerra y en 2001 la administración
del presidente George W. Bush respondió de una forma no
menos visceral.
En
redadas inmediatas, la policía detuvo a más de 700
extranjeros originarios de países en Oriente Medio. Muchos
no vieron a un abogado durante días o meses y algunos sufrieron
maltratos. La mayoría de ellos acabó deportada.
Bush
se atribuyó otros poderes extraordinarios más duraderos.
Pocos días después del 11-S autorizó a la
Agencia Central de Información de EEUU (CIA) a mantener
en cárceles secretas en el extranjero a los presuntos miembros
de alto nivel de Al Qaeda que cayeran en sus manos, según
ha confirmado el Gobierno esta semana.
A
otros sospechosos de menor importancia los llevaron a Guantánamo,
que se convirtió en una cárcel a la que no llegaban
ni la ley estadounidense, ni el derecho internacional, pues EEUU
no aplicó las Convenciones de Ginebra, que ofrecen ciertas
protecciones a los prisioneros de guerra.
En
2002, Bush también dio permiso a la Agencia de Seguridad
Nacional para intervenir las comunicaciones de los estadounidenses
sin permiso judicial.
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Hubo
otros actos extraordinarios de poder ejecutivo, como la
detención sin cargos durante tres años de
José Padilla, un ciudadano estadounidense sospechoso
de querer detonar una bomba radiactiva. Fue acusado formalmente
en 2005, pero sigue en la cárcel.
La
reacción de la Casa Blanca a la crisis causada por
el 11-S no ha sido inusitada, según los historiadores.
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El
presidente Abraham Lincoln suspendió durante la Guerra
Civil el hábeas corpus, que permite a un detenido recurrir
a un tribunal para cuestionar la legitimidad de su arresto.
Durante
la I Guerra Mundial, se prohibió criticar a las fuerzas
armadas de EEUU.
Las
prohibiciones son pues propias de tiempos de guerra. Pero, a diferencia
de lo que pasó hasta ahora, la guerra contra el terrorismo
es un conflicto sin un final a la vista.
"Como
país, estamos muy lejos de encontrar el equilibrio entre
la defensa adecuada del territorio y el respeto a los derechos
civiles", dijo Phillip Crowley, ex asesor del presidente
Bill Clinton para asuntos de seguridad nacional.
Cinco
años después de los atentados del 11-S, el péndulo
parece moverse del poder de "gran hermano" del Estado
hacia un mayor respeto a las libertades individuales.
La
opinión pública comenzó a cambiar tras los
escándalos de torturas en la prisión bagdadí
de Abu Ghraib y Guantánamo, descubiertos después
de que la Casa Blanca autorizara el uso de métodos más
agresivos en los interrogatorios a sospechosos.
Además,
muchos estadounidenses se dieron cuenta del impacto en su propia
vida del nuevo poder del Estado.
Jason
Ackleson, profesor de la Universidad Estatal de Nuevo México,
lo ha notado en el ámbito académico.
El
endurecimiento de la concesión de visados ha dificultado
la entrada a EEUU de académicos y científicos
"que nuestro país necesita de forma acuciante
para mantener la competitividad en la economía global",
dijo.
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John Dimitri Negroponte. |
Al
mismo tiempo, los poderes Legislativo y Judicial han despertado
de su letargo. El Congreso aprobó el año pasado
una norma que prohíbe la tortura y el Tribunal Supremo
determinó que EEUU debe respetar las Convenciones de Ginebra.
Poco
después del 11-S, el entonces fiscal general, John Ashcroft,
advirtió en una comparecencia ante el Congreso: "a
los que asustan a las personas que aman la paz con fantasmas de
libertad perdida, mi mensaje es el siguiente: vuestras tácticas
sólo ayudan a los terroristas". Ahora la Casa Blanca
ya no habla así. EFE