La historia del tío Oscar
   
  • Un anuncio de 30 segundos cuesta un millón de dólares

24 de febrero de 2007

California - Los Oscar han sufrido una constante evolución, adaptándose a los tiempos y circunstancias de cada época histórica, desde los tiempos en que pasaban inadvertidos hasta conseguir que prácticamente todo el planeta esté pendiente de ellos.

 


En esta su 76 edición, la ceremonia de entrega de los premios que concede la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, se ha adelantado cuatro semanas respecto a anteriores ediciones.

El millón de dólares que cuesta emitir un anuncio de 30 segundos en la retransmisión de la ceremonia de entrega, dice mucho del poder de influencia de estos premios, que nacieron íntimamente unidos a la creación, en 1927, de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.

En el caótico Hollywood de los años veinte, las reivindicaciones sindicales y los escándalos de las estrellas traían de cabeza a los grandes magnates del cine, que hacían frente a los sueldos de los actores recortando todo lo posible los salarios de los trabajadores.

El magnate Louis B. Mayer, el dueño de la MGM, el estudio del león, tuvo la idea de reunir, el 11 de enero de 1927, a los pesos pesados de Hollywood, en su mayoría productores, para trazar las líneas maestras de una “academia” que velase por los intereses de su industria.

El actor Douglas Fairbanks fue el primer presidente de la academia y tuvo enseguida la idea de conceder unos premios que diesen relevancia a la nueva institución de Hollywood.

El director artístico Cedric Gibbons, entonces esposo de la actriz mexicana Dolores del Río, fue el encargado de diseñar el trofeo: un hombre desnudo posando con una espada y erguido sobre la bobina de una película con cinco pequeñas cavidades, cada una de ellas representando las secciones de que se componía la academia: actores, directores, escritores, técnicos y productores.

El encargado de esculpir la estatuilla fue George Stanley y se cuenta que el actor y director mexicano Emilio “Indio” Fernández, le sirvió de modelo.

CHAPLIN, PRIMER TRIUNFADOR

Los elegidos para los primeros Oscar de la historia (1927/28) fueron: mejor filme —compartido—, Las alas, de W. Wellman, y La Aurora, de F.W. Murnau; Janet Gaynor, mejor actriz; el alemán Emil Janning, mejor actor; y, el gran triunfador de aquella velada, Charlie Chaplin, que fue premiado también como actor, así como mejor director y mejor guionista, por El circo.

Hasta dos años después no se concibió una ceremonia de entrega tal y como se conoce hoy. Tuvo lugar durante una cena el 19 de mayo de 1929 en el hotel Hollywood Roosevelt, a la que asistieron unas 250 personas que pagaron una entrada de 10 dólares.

El premio comenzó a llamarse Oscar, en la entrega de 1932-33, gracias a Walt Disney, quien lo nombró así al recibirlo. Hasta entonces se conocía así informalmente, después de que la bibliotecaria de la academia, Margaret Herrick, exclamase al verlo: “¡Se parece a mi tío Oscar!”.

El ya omnipotente Disney —que ha pasado a la historia como la persona que más Oscar consecutivos ha ganado: ocho entre 1932 y 1939— se encargó de que el nombre fuese oficial a partir de entonces.

En pocos años, el Oscar comenzó a prodigarse en cuanto a premios, de modo que su cobertura se extendió hasta llegar a tocar a segundos actores, decoradores, fotógrafos, música, efectos especiales, maquillaje, vestuario, etc., hasta llegar a distinguir también, desde 1956, a la mejor película en lengua no inglesa.

La Segunda Guerra Mundial llevó la entrega de los premios al Teatro Chino, y Bette Davis, como presidenta de la academia, propuso evitar trajes de gala y smokings como medida solidaria con los tristes tiempos que corrían.

La ceremonia de entrega solamente ha vivido tres aplazamientos en su historia: en 1938, se retrasó una semana a causa de las inundaciones que sufrió la ciudad de Los Ángeles; en 1968 se aplazó dos días con motivo del funeral de Martin Luther King, y en 1981 la ceremonia se dejó para el día siguiente a causa del atentado contra el entonces presidente de EE.UU., Ronald Reagan.

En 2003, con la guerra de Irak en marcha, se especuló durante semanas con la eventual suspensión de gala de entrega, pero el glamour de los Oscar acabó por superar la tensión por el conflicto.

ARTE Y POLÍTICA

Muestras de activismo que quedaron enmarcadas en un deseo de celebrar el arte del cine, como señaló la australiana Nicole Kidman al agradecer el Oscar como mejor actriz por The hours. “¿Por qué hemos venido a la ceremonia cuando el mundo está tan agitado? Porque el arte es importante”, recordó la intérprete.

El arte y la política se mezclaron desde muy pronto en la historia de los Oscar, e incluso algunos de sus protagonistas se manifestaron políticamente sobre estos premios. Es el caso del guionista Jhon Lee Mahin, que optó en 1937 por su trabajo en Capitanes intrépidos, y que anunció que no acudiría al evento porque, a su entender, el Sindicato de Escritores de Hollywood era marcadamente comunista, e hizo extensible esa opinión a toda la academia y a su entonces presidente, Frank Capra.

El guionista, si no pasó a la historia por haber ganado el Oscar, sí lo hizo por ser precursor de la famosa y terrible “caza de brujas” que se dio en los años cincuenta en Hollywood, cuando el Comité de Actividades Antiamericanas se encargó de perseguir y alejar de Hollywood a todo aquel cineasta, supuestamente vinculado al Partido Comunista.

Son ya historia de los Oscar las protestas de Marlon Brando en 1972, cuando no acudió a recoger su premio por El padrino y en su lugar envió a una falsa india que leyó una carta del actor, en la que protestaba por el trato que recibían los indios norteamericanos; la de Tim Robbin y su mujer Susan Sarandon —a favor de los inmigrantes haitianos—; de Richard Gere, denunciando “la opresión que ejercen los chinos en Tibet”, y de Vanesa Redgrave en apoyo a la causa palestina.

A la lista se sumó en 2003 Michael Moore, codirector del documental Bowling for Columbine, ganador del Oscar, que sorprendió a todo el mundo al criticar al presidente de EE.UU., George W. Bush. “Vivimos en tiempos de ficción, con resultados ficticios de una elección, que elige a un presidente ficticio. Vivimos en un tiempo en el que tenemos a un hombre que nos envía a una guerra por motivos ficticios. ¡Vergüenza, señor Bush!, Vergüenza!”, acabó exclamando el director, en una de las mayores salidas de guión de la historia del Oscar.

 
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