"Nuestros
dos países comparten valores comunes, honramos nuestras tradiciones
y nuestra historia compartida", aseguró el presidente
de EE. UU., George W. Bush, en su discurso de bienvenida.
El
inquilino de la Casa Blanca optó por recordar algunos de
los aspectos más espinosos de la política internacional,
al destacar que tanto Londres como Washington "resisten a
los que matan a inocentes para impulsar la ideología del
odio, ya sea asesinando en Nueva York, Londres, Kabul o Bagdad".
"Las
tropas estadounidenses y británicas están a la ofensiva
contra extremistas y terroristas", insistió Bush.
Añadió
que "a muchos les resulta difícil ver los frutos de
nuestro trabajo", pero afirmó que es el camino correcto
hacia la paz y refleja "los valores que celebran estadounidenses
y británicos y la gran mayoría de las personas en
Oriente Medio".
Elogió
el liderazgo de la soberana británica y su rechazo al "extremismo
y el terror".
La
seriedad del tema se truncó por unos minutos cuando Bush
se equivocó y dijo que la última vez que la soberana,
de 81 años, había estado en EE. UU. había
sido en el años mil setecientos, para puntualizar, ante
las risas del público, que quería decir 1976.
Bromas
a un lado, sus palabras supusieron una dura dosis de realidad
en un acto por lo demás idílico, en el que ondeaban
miles de banderines británicos y que se caracterizó
por el visible entusiasmo de los asistentes con la visita de la
realeza.
"Es
un acontecimiento fascinante, soy un gran forofo de la reina",
dijo a Efe Steven Anderson, presidente de la Asociación
Nacional de Farmacias de EE. UU., quien alabó la capacidad
de la Corona británica para "adaptarse y sobrevivir".
"Es
la quintaesencia de una dama", afirmó Robin Robinson,
una funcionaria del Departamento de Agricultura, quien definió
a la soberana como un "icono" en la historia de la monarquía.
Isabel
II de Inglaterra y su esposo, el príncipe Felipe, duque
de Edimburgo llegaron a la Casa Blanca a las 10:50 local (14:50
GMT), donde los esperaban los Bush.
El
vicepresidente Dick Cheney, su esposa Lynn y la secretaria de
Estado Condoleezza Rice formaron también parte de la comitiva
de bienvenida.
La
pareja real fue recibida con una salva de 21 cañonazos,
seguida primero del himno nacional británico y después
del estadounidense.
Bush
y la reina pasaron a continuación revista a las tropas
desplegadas en los jardines de la Casa Blanca.
La
jefa de la corona británica, quien habló después
de Bush, se concentró en la historia "entrelazada"
de ambas potencias.
Calificó
su quinta visita a la antigua y rebelde colonia como un buen momento
para mirar hacia el futuro y renovar el compromiso conjunto con
"un mundo más próspero, más seguro y
más libre".
Recordó
su paso por el estado de Virginia, donde visitó el enclave
de Jamestown, el primer asentamiento británico permanente
en EE. UU., fundado hace ahora 400 años sobre el río
James por alrededor de un centenar de colonos.
"Mis
dos días en Virginia, me dieron una nueva perspectiva de
los acontecimientos que ayudaron a (...) sentar las bases de esta
gran nación basada en los principios compartidos de igualdad,
democracia y la ley", señaló la soberana británica,
que acudió al acto ataviada con un traje de falda chaqueta
blanco y negro y sombrero, guantes y bolso a juego.
Bush
ha tirado la casa por la ventana para recibir a la realeza británica,
a la que planea homenajear hoy con la primera cena de "gran
gala" de su presidencia, que contará con 134 invitados.
La
Casa Blanca sacará esta noche del armario sus mejores manteles
de damasco, la cubertería de plata donada por una rica
heredera de Montana y la vajilla Lenox adquirida por los Clinton
para agasajar a la reina Isabel II.
La
majestuosa ceremonia servirá para demostrar que "Estados
Unidos no tiene un aliado y amigo más cercano que el Reino
Unido", según apuntaba un comunicado reciente de la
residencia oficial estadounidense. EFE