Nápoles (Italia) – En los dos periplos italianos de Diego Velázquez, Nápoles, antiguo virreinato español, fue una etapa clave. Ahora, casi cuatro siglos después, la ciudad vuelve a evocar su genio artístico y su influjo con la muestra de dos de sus cuadros de juventud: la «Inmaculada Concepción» y el «San Juan en Patmos».
«Hemos querido traer a las colecciones permanentes estas obras de un artista que estuvo en Nápoles y que fue influido e influyó a su vez en los protagonistas de la pintura italiana», explica a EFE el director general de las Galerías de Italia, Michele Coppola.
El museo, propiedad del banco Intesa Sanpaolo, expondrá hasta el 14 de julio estos dos lienzos prestados por la National Gallery de Londres, que a cambio ha recibido el «Martirio de Santa Úrsula» de Caravaggio para celebrar el bicentenario de su fundación.
Velázquez pintó ambas obras entre 1618 y 1619, con solo 20 años, para la sala capitular del convento del Carmen Calzado de su Sevilla natal, pero hacia 1809, en plena guerra de la Independencia, fueron compradas por el deán de la catedral, Manuel López Cepero.
Y este a su vez se las vendió al entonces embajador británico, Bartholomew Frere, acabando así en Londres, apunta el comisario de arte hispánico de la National Gallery Daniel Sobrino Ralston.
La «Inmaculada Concepción» y el «San Juan en Patmos», la isla del destierro del santo del Apocalipsis, están intrínsecamente ligadas, tanto que, a tenor de su estilo, fueron presumiblemente concebidas al mismo tiempo, pero no para estar juntas dada su escala diversa.
La primera muestra a la Virgen sobre la luna, en una noche nublada, sobre un jardín oscuro; en la segunda, el santo, de rostro joven y anguloso, describe en un cuaderno la aparición de la Virgen «vestida de sol» y con «una corona de doce estrellas».
María y San Juan aparecen en sus respectivos lienzos en primer plano, fuertemente iluminados desde las alturas, y con mantones de colores similares, blanco y rojizo, demostrando la prometedora habilidad de Velázquez en el contraste entre luces y sombras.
Ambas han llegado ahora a Nápoles para evocar la influencia que el arte italiano generó en el aún joven artista sevillano, futuro pintor de cámara de Felipe IV, para quien creó obras maestras como «Las Meninas» (1656), destinado a convertirse en un genio universal.
Velázquez recorrió tierras itálicas en dos ocasiones: la primera entre el verano de 1629 y el final del 1630, para estudiar clásicos como los venecianos Tiziano o Tintoretto, y después entre 1649 y 1651, cuando pintó el famoso retrato del papa Inocencio X (1650).
Pero, en aquella odisea, el pintor español también pasó por Nápoles, tal y como atestiguan los legajos del archivo de la ciudad, que reflejan un pago de 154 escudos del conde de Monterrey, entonces embajador de la Corona española y futuro virrey de Nápoles.
En esa ciudad laberíntica y antigua, enclavada entre el Mediterráneo y un volcán de fama funesta, el Vesubio, el pintor pudo conocer a José de Ribera, el ‘Spagnoletto’, ya en su plenitud.
Pero también el legado de uno de sus referentes, el maestro del claroscuro Caravaggio, que entre otras obras dejó en Nápoles sus «Siete obras de misericordia», en su huida de la Roma Pontificia.
Velázquez era solo un niño cuando Caravaggio alcanzaba su madurez artística, pero se cree que pudo apreciar sus lienzos, dramáticos, realistas y tenebrosos como pocos, por las copias que en aquellos tiempos ya circulaban por la ciudad del Guadalquivir.
«Estas dos pinturas de Velázquez son extraordinarias porque fueron realizadas cuando era muy joven. Pero se aprecia cómo ya era capaz de empezar a separarse de lo que había aprendido en el taller de Francisco Pacheco», apunta Sobrino Ralston.
De su mentor -y futuro suegro- el pintor obtuvo su idea de la composición pero la «Inmaculada Concepción» y el «San Juan en Patmos» demuestran que, aunque todavía veinteañero, ya había abrazado una pincelada «extraordinariamente realista».
Velázquez abrazaba el tenebrismo de Caravaggio, la teatralidad de su pintura, y se inspiraba, como él, en las almas, hombres, mujeres y jóvenes, que se cruzaban por las bulliciosas calles hispalenses.
«Parecen sacados de la vida real, personas reales que Velázquez pudo usar como modelos. Se puede ver en sus caras, parecen personas de la Sevilla de entonces», apunta el experto británico, ante la presencia de María y San Juan expuestos en el museo napolitano.
La muestra, aderezada con otras dos «Inmaculadas» de Battistello Caracciolo y Paolo Finoglio, lleva por título «Un signo grandioso» porque el genio sevillano ya prometía en su juventud convertirse en un «pintor de pintores», referencia capital para muchos de los futuros talentos que depararía la historia del arte mundial. EFE